Sunday, February 14, 2016

"El rey del Once", la décima película de Daniel Burman, se vio en la Berlinale


Daniel Burman, director y productor que ocupa una posición sólida en la cinematrografía argentina, a caballo entre el cine de entretenimiento y películas con ideas, vino a la 66 edición del Festival de Berlin para presentar en la sección Panorama El rey del Once.  El título en castellano, enraizado en la geografía de Buenos Aires, se transformó en The Tenth Men para su circulación internacional (alusión a la ley judía de congregar diez varones para funciones religiosas).  Junto con los actores protagonistas, Alan Sabbagh, Julieta Zylberberg y el verdadero “rey del Once”, Usher Barilka, Burman ofreció una cálidad conferencia de prensa luego de la función para el periodismo, el viernes 12 de febrero.

Recordó con afecto la invitación de la Berlinale para mostrar su opera prima Un crisantemo estalla en Cincoesquinas, en 1998, una suerte de Western gauchesco que llamó la atención por su frescura y originalidad. “Fue mi primer viaje a Europa y allí aprendí por primera vez a mirar mis películas a través de las pupilas del público. Ahora es la quinta vez que vengo …”

Usher Barilla, Julieta Zylberberg y Daniel Burman
Berlinale 2016
“En El rey del Once recreo el barrio de mi infancia, donde viví hasta los veinte años. Uno reconstruye el territorio donde se desarrolla la infancia”.  En este caso, el Once de Pasteur y Corrientes, filmado cámara en mano y en un radio de 500 metros, ya que  “quería volver al cine de manos y pies, sin trabas de equipo y camiones de apoyo”.  Es el escenario de una nueva historia de padre e hijo, que describe como una  “construcción de la paternidad”.  Como en El abrazo partido, se ve la complicada relación que un hijo tiene con su padre ausente. Esta vez, el progenitor figura, pero su generosidad con la comunidad judía del barrio – de allí el título –ha sido a expensas de su único hijo, Ariel.  Este emigró a Nueva York, con éxito pero sin afectos profundos, según se deduce en el breve prólogo.  La vuelta a Buenos Aires, lo sume en un caos de recuerdos, afectos y estridencias, astutamente reflejados en el estilo visual de la película (la cámara movediza sobre tanto primer plano marea por momentos).  Si bien la historia se centra en Ariel, de un lunes a domingo, la referencia es el padre, al que sólo se lo oye  en llamados insistentes de celular. 

El verdadero Usher Barilka inspiró la historia; preside una fundación de bajo perfil que palia las  necesidades concretas de gente al borde de la pobreza.  “Sí – contestó Burman a una pregunta de la prensa – muestro a judío pobres, muy diferentes del estereotipo.  Son ellos mismos quienes actúan en la película.  Tenía el dilema moral de cómo presentarlos en su humanidad concreta, respetando su dignidad, y también su individualidad.  Muchas son anécdotas que viví yo, como las zapatillas con Velcro, numero 46, que Usher me pidió estando yo en Estados Unidos. Eran para un muchacho que no podia atarse los cordones. Pero como le traje zapatos de cuero y con cordones, me las rechazó, aunque después le vinieron bien a su hermano. Cuándo éste murió, Usher me mandó un zapato de recuerdo. Todavía lo tengo”.

El protagonista deambula por el Once, física y espiritualmente, 
buscando su lugar.
 “El punto de partida de la película fue observar como Usher y sus voluntarios dan sin esperar nada a cambio; es el misterio del bien, pero visto por un hijo que ha huido del padre, al que percibía ausente. Eso me intrigaba”.

La película da a conocer un universo de porteños judíos - tenderos, carniceros, viejitos jubilados, apegados a su barrio – mostrando sus costumbres religiosas y gastronómicas traídas de Europa y practicadas con alegría, como la fiesta de Purim, que celebra la estrategia de Esther para salvar a su pueblo del exterminio, y que en la película es su clímax.

El cambio emocional del protagonista, que desemboca en una conversión religiosa , lo desencadena una muchacha creyente (Julieta Zylberberg).  Que el proceso se haya producido en una semana resulta un poco forzado, tanto como el reemplazo del Mercedes que manejaba en Nueva York por un Citroen desvencijado rodando por  el Once, que no genera la más mínima protesta. Esa transformacion de observador de una cultura a nuevo “rey del barrio” no es del todo creíble, pero el retrato cálido de un universo humano en el corazón de Buenos Aires tiene mucho encanto.



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