Saturday, March 26, 2016

Clinging to the Cross - Mel Gibson's "The Passion of the Christ" (2004)

 In the April 2004 issue of Criterio magazine, an Argentine journal of Catholicism, culture and politics, for which I have been writing since 1981, I published a review of The Passion of the Christ, directed by Mel Gibson. It was a film that reached me deeply.  And since I have revisited the film this Holy Week, I upload the 2004  article below.


El 25 de febrero, Miércoles de Ceniza, se estrenó en Estados Unidos La Pasión de Cristo, el filme dirigido por Mel Gibson, el actor/director norteamericano que quiso brindar – costeada por su bolsillo – un testimonio de fe católica.  El lector de Criterio que tenga la buena voluntad de leer esta reseña se encontrará no sólo con la crítica cinematográfica de una obra de indudable valor artístico, sino también con el testimonio de una experiencia personal y profunda frente a un film visceral.

 Los medios de comunicación han dado amplia cuenta, durante el rodaje, la post-producción y las proyecciones previas al estreno (incluso una para el Papa), de la tormenta creada por la película.  En Estados Unidos, la polémica ha sido agria, y generada  por la combustión de elementos disímiles:  el contexto anti-cristiano, o post-cristiano desde el que operan los grandes medios de comunicación, la acusación de anti-semitismo, y una campaña publicitaria exitosa entre la feligresía protestante evangélica y los católicos.  El resultado ha sido, durante la primera semana de su estreno, una extraordinaria repercusión de taquilla.  Un filme que costó 25 millones de dólares, recaudó en los primeros cinco días 117 millones.  Lo cual demuestra, entre otras cosas, que en el marco de lo que aquí se llama “the culture wars”, la confrontación deológica de valores morales y políticos en la arena pública – simplificando, conservadores versus liberales, Bush y Kerry, en la próxima contienda electoral – la película es avalada por una mayoría conectada con y por el tema y mensaje de la película.  El establishment liberal rabia y tira dardos contra Gibson y la película, mientras que un público calculado en más de cien millones sigue pagando con gusto los siete dólares de la entrada.  Hollywood, por su parte, está desconcertado con lo que intepretó desde el vamos como un “vanity project” del director, y que no tuvo interés en financiar o apoyar con distribución.
            
La Pasión de Cristo es una obra de gran audacia artística, desde una visión ortodoxamente católica (terreno de teólogos y no críticos de cine), que brinda al creyente una experiencia radical y brutal del sufrimiento de Jesús de Getsemaní al Gólgota.

En las páginas de Criterio habrá un análisis del costado teológico y bíblico cuando se estrene el filme en la Argentina. Y no es mi intención aquí ser redudante o pretenciosa.  Mis observaciones sobre la ortodoxia católica son las de una creyente, y como tal quisiera que fueran leídas.  

Desde el punto de vista cinematográfico, La Pasión de Cristo representa un uso maduro e inteligente del lenguaje visual y sonoro del medio.  Los aciertos comienzan, a mi juicio, con la concepción del guión, que no es una combinación reverente o estrictamente literal de los cuatro Evangelios.  Aun cuando sea una “versión” de los Evangelios, la visión artística ha buscado sujetarse al texto y al espíritu de la Pasión.  Quienes recuerden La Pasión según Mateo (1964), de Pasolini, o La Ultima tentación de Cristo (1988) verán immediatamente las semejanzas (los tres fueron proyectos muy personales de sus realizadores) y también sus profundas diferencias: en Pasolini, el impulso marxista, y en Scorsese, a través de la novela de Kazantzakis, la confección de un Cristo confundido, que adquiere conciencia de su misión salvífica recién en la cruz. 
           
Gibson y su co-guionista Benedict Fitzgerald se han tomado una gran libertad artística, por ejemplo, en imaginar realísticamente al demonio y colocarlo como espectador de la Pasión, de comienzo al fin, en paralelo y contraste dramático con la figura de la Virgen María..  Es una mujer, calva y con voz de varón, que tienta al Señor en el Huerto de los Olivos para que desespere, reaparece en la flagelación, la Via Dolorosa y la Crucifixión, una vez más con la tentación de la desesperación.  Al final lleva en brazos un enano deforme y viejo, representación gráfica – como los orcos de Tolkien – de los estragos del pecado.  La desesperación de Judas también está “materializada” en la persona de dos niños malvados, de horrible semblante, que lo hostigan hasta la escena del suicidio, junto al buñueliano esqueleto de un burro cubierto de moscas.  La “materialización” del mal y su hostigamiento del bien (como en Tolkien y la versión cinematográfica de Peter Jackson) es la manera artística como se plantea el conflicto entre el bien y el mal con que abre San Juan su Evangelio.  

Este choque entre dos fuerzas poderosas – que culmina con la victoria de la Resurrección – provee el arco dramático del filme, cuyo clímax está dado con profunda belleza y emoción en el momento que Cristo entrega su espíritu.  Gibson ha imaginado que Dios Padre deja caer una lágrima desde el cielo: la cámara, colocada muy en alto, sobre las tres cruces del Gólgota, sigue en cámara lenta la trayectoria de esa lágrima y cuando ésta toca las rocas del suelo estalla el terremoto que marca la muerte de Cristo.  El impacto es monumental.
            
El desarrollo cronológico de la Pasión – otro de los hallazgos del filme – está entrecortado por breves flashbacks, dos de los cuales son licencias poéticas para trasmitir no sólo la profunda y tierna relación entre Cristo y su madre sino la humanidad del Señor durante sus años de treinta años de vida oculta, como hijo y carpintero de profesión.  Los otros flashbacks tienen una misión importante, “materializar” el sentido de la obra y dar el contexto a personajes como María Magdalena, ofreciéndonos – sin palabras – su punto de vista.  Pero donde los flashbacks y la técnica del montaje – la piedra angular del lenguaje cinematográfico – alcanzan su punto culminante es el diseño del clímax:  la Crucifixión alterna con la Ultima Cena y la institución de la Eucaristía.  Para el espectador creyente, este montaje en paralelo (presente desde D.W.Griffith en los albores del cine) hace explícito y contundente  – “materializa”, una vez más – el sentido de la Pasión, y de esta película:  el Cuerpo y la Sangre de Cristo se entregan para la salvación de todos.  Y no se necesita ser teólogo para comprender la dimension del sacrificio, y la responsabilidad de cada uno en la muerte del Señor.

Otro de los hallazgos es el uso de arameo, hebreo y latín – lenguas inaccesibles para el espectador común – porque, al desfamiliarizar la experiencia lingüística, se contextualiza históricamente la puesta en escena (aun cuando el latín de muchos actores tenga una pronunciación italiana, y detalles de la ambientación no sean del todo verosímiles, según los expertos).  Contemplar una historia tan entrañable y familiar entendiendo algunas palabras o frases del Evangelio – Eli, Eli! Lemá sabactaní?, Ecce Homo – es una fuente de gran emoción, porque el espectador se imbrinca en el drama desarrollado frente a sus ojos.  Incluso, el breve intercambio inicial entre la Virgen y María Magdalena es una transcripción literal del texto pascual judío – “Por qué es esta noche tan especial? Porque es la noche donde fuimos salvados”.  Desde una perspectiva cristiana, el uso de este texto, simultáneamente universaliza la Pasión e incorpora sus raíces judías.

 El sufrimiento físico y las vejaciones morales del Señor está presentadas con un realismo escalofriante.  De allí que, quien percibe la brutalidad del castigo y la mecánica de la crucifixión – interminables - fuera de un contexto cristiano, puede salir del cine escandalizado o perplejo sobre la finalidad del filme.  Pero si se aferra a las últimas palabras del Cristo moribundo, “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”, el sentido esencial del cristianismo le llegará al corazón.

 La decisión de utilizar actores no conocidos para el gran público trabaja a favor del filme, ya que son tablas rasas que devienen los personajes tan familiares del Evangelio: al seguirse una iconografía tradicional, renacentista, es fácil identificar a cada uno.  La actriz rumana Maia Morgenstern (Estrella de la mañana, o Lucero del alba, en un bello caso de coincidencia poética entre el nombre y el personaje) encarna a la Madre de Dios de manera conmovedora.  Una de las experiencias más hondas de esta Pasión es seguir la relación de Cristo con su madre.  La elección del actor norteamericano Jim Caviezel para interpretar a Cristo también fue feliz, no sólo porque tiene el physique du role – su Jesús es un carpintero acostumbrado al trabajo duro - sino por la luminosidad interior desde la que compone el personaje.
            
Dejo de lado el tema del supuesto antisemitismo de La Pasión de Cristo, porque en mi percepción no lo hay.  En un nivel puramente fáctico, en la película, salvo Pilatos y los romanos, todos los demás son  judíos, y los hay buenos y malos.  El filme no incita al odio ni a la venganza, ni habla de culpas colectivas per saecula saeculorum.  Es verdad que no hay manera de presentar al Sanhedrín como inocente del drama que desencadenó, y sí, Anás y Caifás son los villanos de la historia.  Pero interviene la licencia poética para presentar a un sumo sacerdote que se retira disgustado por lo sórdido del procedimiento, iniciado entre gallos y medias noches. 
            
Participar de La Pasión de Cristo, en un cine de barrio y envuelto en el fragor cotidiano, es embarcarse, misteriosamente, en una experiencia que no puede calificarse sino de religiosa.  Pero es lo que ocurre cuando – recordando el concepto griego de “teatro”, una forma de contemplación – los espectadores creyentes asisten al sobrecogedor drama de la Pasión, Muerte y Resurrección de Quien da sentido a nuestra vida

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